La exclusión de las personas con VIH/SIDA se remonta a los orígenes de la epidemia (1981 en Estados Unidos), ya que ser portador del virus era considerado un merecido castigo por sus conductas sexuales, convirtiédoles así, en culpables y responsables de sus males.
Los prejuicios, el miedo al contagio y la falta de información al respecto, hacen que la exclusión social forme parte de la vida del enfermo.
Esta discriminación se presenta, en primer lugar, en la familia, puesto que, por lo general, tienden a mantener la enfermedad de su ser querido en silencio por miedo a que amigos y vecinos se enteren y puedan adoptar actitudes discriminatorias. Además, puede que sean los propios familiares los que muestren ese rechazo, negándose, por ejemplo, a comer del mismo plato o separando sus pertenencias.
Paralelamente, en el lugar de trabajo, esta exclusión se ve multiplicada, pues son muchos los que deciden mantenerse en silencio, ya que sin trabajo deberán depender de sus familiares.
Pero, la mayoría son despedidos cuando la enfermedad sale a la luz.
Sin embargo, es la población la que juzga y señala, haciendo que el enfermo se avergüence, llegando a ocultar su enfermedad, o incluso, a mentir acerca de ella afirmando que tienen otro tipo de enfermedad.
Si a todo esto le sumamos la sobre-exclusión que se produce, es decir, la exclusión social de los que ya son discriminados por otras razones (drogodependientes, homoxesuales, prostitutas...etc.), ¿Qué les queda?, ¿Una vida impregnada de soledad y arrepentimiento?
Escrito por: Soraya López González de Heredia.
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